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miércoles, 22 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 15 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 15

El chico se puso a recordar, los libros, su papel en la guerra, Miranda, la magia, su vida en juego, las miradas de los habitantes… Estaba nervioso, no podía articular palabra. ¿cómo iba alguien así a salvar a una civilización entera? Era imposible, “no soy un héroe, soy un cobarde, no quiero arriesgar mi vida”, decía.

En ese momento dejó caer la varita al suelo, levantó las manos y gritó con los ojos llorosos, “¡Soy humano, no me hagáis nada, no quiero formar parte de esta guerra!”. Tras sus palabras uno de los magos extendió su varita y le atacó a distancia, nuestro chico estaba desprotegido. Aquel rayo haría justicia, por cobarde, por no tener en cuenta las demás vidas, por no cumplir su parte del trato. Los segundos antes del impacto pasaban lentamente a ojos de Gonzalo y, sin esperarlo, algo le impidió ver el final de su revoltosa vida.

Era Miranda, la chica se había interpuesto en la trayectoria del mortal ataque para salvar a nuestro héroe falto de valor. En el último instante y a costa de un gran esfuerzo mental, Miranda consiguió desviar aquel rayo, salvando así la vida de Gonzalo y agotando su propia vitalidad. La chica calló al suelo, desmayada, ante los ojos de aquel que la tenía en un pedestal.

Gonzalo dejó caer unas lágrimas al suelo, ahora no estaba asustado, no estaba preocupado, estaba furioso con aquellos asesinos. Deseaba hacerles perder sus vidas y deseaba que Miranda estuviese bien. Cogió su varita y comenzó a pelear, ¡y menuda pelea!

El escenario se convirtió en un espectáculo de fuegos artificiales letales. Cada mago movía su varita como si de un arte y con pincel se tratase. La magia fluía de un lado a otro de aquel descampado. Mientras tanto Daniel se había procurado de poner a Tomás e Isaac a salvo, e intentó lo mismo con Miranda pero estaba tumbada entre aquella batalla.

Gonzalo nunca estuvo más concentrado, a cada ataque contrarrestaba y ganaba terreno a los enemigos. André también estaba en esplendor. El ciego anciano ya se hacía ilusiones de un mundo de paz para los eruditos, pero aun así no quitaba el ojo de aquel duelo.

Daniel no cesó en el intento de poner a salvo a Miranda. Volvió a intentarlo, fue a gatas hacia allí e intento reanimarla, hablándole a su mente: “Miranda, ¿Miranda estás ahí?”, preguntaba. “¿Cómo está Gonzalo, llegué a tiempo?”, pensó ella preocupada. “Tranquila, lo has hecho genial, ahora escucha. Estás inconsciente en medio del campo de batalla, es peligroso, necesito que te recuperes y nos pongamos en un lugar seguro, te estoy introduciendo una galleta de chocolate en la boca, en cuanto vuelvas saldremos a rastras de aquí y dejaremos que sigan luchando”.

Así fue, la chica pudo volver en sí, ¿y qué es lo primero que vio al despertar? A Gonzalo, peleando por una causa y un pueblo que no era suyo. Le hacía muy feliz, tanto que tuvo que exclamar  “¡Gonzalo!”.

Gran error el de aquella chica, nuestro enamorado reconoció su voz y no pudo evitar mirarla y sonreír. Tiempo que esos magos asesinos no desperdiciaron y que aprovecharon para asestarle a Gonzalo un golpe mortal que impactó y fue seguido de una profunda tristeza.

Pero… No impactó en Gonzalo, el ataque no se le escapó a aquel gran lector de mentes. No pudo ser mayor su valentía al colocarse delante, perdiendo así la vida para dar una chispa más de esperanza a la salvación de su pueblo.

Daniel estaba perdiendo color y alegría a cada segundo. Su sonrisa se convirtió en una línea insensible, y su cara iluminada se tornó grisácea. Había muerto una estrella, una persona con ideales, una persona que merecía la mejor de las vidas, pero que la dejó ir por la vida de sus hermanos. Gonzalo no podía creer lo que veía. De sus ojos y de los de Miranda caían lágrimas, el aire tenía ahora un aspecto menos cargado de felicidad.

jueves, 16 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 14 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 14

Había acabado el plazo, la guerra iba a comenzar, Gonzalo salía de aquel templo y todos los mentalistas aplaudían. Le habían estado esperando toda la noche, estaban felices por su esfuerzo, lo agradecían y se lo hacían saber. Motivación no le faltaba a nuestro héroe, tenía una sonrisa de oreja a oreja, se dirigió a aquel cuartel de donde vino y donde tuvo aquella “dulce cena”, allí estaban todos, incluido André, estaban preparando la zona y planeando para que la batalla fuese lo menos perjudicial para el pueblo.

Gonzalo se puso junto a Isaac y este le explicó, “debes estar atento, primero vigila sus manos, cualquier oportunidad que tengan para agitar su varita la aprovecharán para atacar o hechizar. No serás la primera vida que quiten, pero sin embargo tú jamás has matado a nadie, no escatimes en magia, hay vidas en juego, ¿de acuerdo?”, “de acuerdo, pero… ¿Cómo acabaré con ellos?”, dijo el chico. El anciano rió, “no son inmortales chico, mueren de la misma manera que tú y que yo, somos iguales anatómicamente, tenemos los mismos puntos vitales”.

El chico comprendió las palabras de Isaac, por alguna razón pensaba que sería más complejo pero el hecho de que sus vidas estuviesen en igualdad de condiciones le aliviaba.

Golpearon la pared, Daniel estaba nervioso, “son ellos, no traen buenos pensamientos…”, decía. Acto seguido los ladrillos se destrozaron tras una explosión exterior y entraron tres encapuchados en la habitación. Sin parpadear, André golpeó la mesa y junto con una brillante luz cegadora hubo un cambio de escenario.

Los seis guerreros y sus tres enemigos aparecieron en un descampado de desconocida ubicación, todo era muy surrealista pero, claro, ¿qué no lo había sido hasta entonces? André los había traído allí para la batalla, de esa forma el pueblo no sería afectado pero los ataques de los tres magos serían más directos. Era un riesgo que estaban dispuestos a correr, su principal objetivo era proteger a todas esas familias.

Los magos oscuros estaban aturdidos, se pusieron en posición de atacar, pero Daniel fue más rápido, “Tomás, al mago de la derecha, ahora”. Tomás se concentró, mordió un bollo de crema y controló al encapuchado de la derecha, atacando así a los otros dos, que reaccionaron esquivándolo y lanzando un ataque directo al marionetista de mentes. Isaac se interpuso ante él, pero sus movimientos fueron lentos y torpes y fue alcanzado.

Mientras el mago controlado seguía atacando, consiguió herir a uno de sus compañeros, pero al parecer no era suficiente. Tomás sudaba y le temblaban las piernas, estaba sobre esforzándose y esto le podría causar la muerte. Menos mal que Daniel pudo contactar con él y pedirle que parase.

Gonzalo estaba aterrado, apenas empezada la guerra y ya había dos heridos y Tomás debilitado… No le gustaba nada como trascurría, es más, tenía un mal presentimiento que notaba desde la cabeza a los talones, nuestro héroe estaba paralizado.

miércoles, 8 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 13 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 13

“Querido aprendiz de mago, si estás leyendo esto es porque puedo confiar en ti, en que apoyarás mi causa y salvarás a las familias de mentalistas que tanto temen a los tres magos oscuros. Los magos oscuros son seres repulsivos que quieren acabar con toda la magia o poder sobrenatural del mundo, para así ser los únicos con ese don y emplearlo para propio beneficio, como jueces del futuro de los hombres.

Hace mucho tiempo, las personas normales y los mentalistas y magos, llamados entonces eruditos, hicieron un pacto de mutuo acuerdo en el que se propusieron llevarse bien, así los eruditos ofrecían protección a las personas a cambio de que estas les ayudaran a crear y controlar su sociedad, ya que las personas tienen un poder que no se manifiesta físicamente, el poder del ingenio, el de la creatividad y la razón, poder que a los eruditos fascinaba y requerían.

Durante años este pacto se cumplió a la perfección, fue una época de paz entre los dos bandos, incluso hubo relaciones amistosas y amorosas entre ellos, así dieron lugar verdaderos superhombres, con un alma puramente humana y capacidades eruditas, lo que incrementó el avance de ambas sociedades. Pero como sabrás, no hay gloria que no se convierta en miseria con el tiempo. Empezaron a formarse grupos revolucionarios de superhombres con el objetivo de hacer desaparecer la raza erudita y así gobernar a las personas, a las que igualaban en ingenio y superaban en fuerza y dones.

Estos grupos se unieron en uno, “Los Altos Humanos” que crearon una de las armas más potentes conocida, la magia negra. Los Altos Humanos comenzaron a organizar guerras contra los eruditos, que pidieron ayuda a las personas para evitar la extinción de su raza. Ellos acudieron a las filas de guerra y juntando fuerzas consiguieron derrotar a la raza superior, pero las represalias de esta guerra fueron importantes.

Las personas desterraron a los eruditos para evitar así mezclas de sangre y nuevos grupos revolucionarios. Ellos no tuvieron otra alternativa que aceptar y han vivido durante mucho tiempo sin contacto con los que antaño fueron líderes de sus reinos y grandes amigos. Pero, ¿cómo consiguieron continuar una sociedad sin una dirección adecuada? La respuesta es sencilla, superhombres que no se manifestaron, que no tenían malas intenciones, solo vivir en paz con el resto. Ellos se alzaron y dirigieron sus ciudades de manera pacífica y correcta, no como lo hicieron las personas, que entraron en guerra entre ellas por motivos de territorio y ambición. Los no mágicos acabaron por olvidarse de sus compañeros eruditos. Pasados unos años cambiaron las tornas, los que no habían sabido organizarse no conocieron guerra alguna y los dotados de ingenio no hacían más que destrozarse unos a otros.

Esto cambió cuando aparecieron supervivientes de la guerra contra Los Altos Humanos. Tres superhombres con el don de la magia negra empezaron a destrozar poblados eruditos, dando lugar así a la “Guerra de la limpieza”. Esta serie de batallas comenzaron hará unos cincuenta años y ya han acabado con el 70% de la población erudita. Aquí es donde entras tú, la profecía de André decía que un mestizo pondría fin al sufrimiento de los pocos mentalistas y magos que quedan, pero yo he decidido cambiarla, se me ocurrió que la magia negra de tres magos sería demasiado para un mestizo, que haría falta otorgarle ese don a una persona corriente que quisiera ayudarnos. Así que hechicé el último volumen guardando en él mi varita con mis habilidades en magia negra y esta carta, para que así contásemos con el mayor ente conocido en la magia, no mitad persona y mitad erudito, no, sino un total de ambas.

Espero que puedas salvar a este pueblo, lo merece, gracias por todo aprendiz de mago, nos veremos en otra ocasión, confío plenamente en ti.

Fdo: El Mago Distinto”.

Gonzalo acabó de leer la carta, miró al frente y dijo en voz alta, “Que se preparen los Altos Humanos, no dejaré que nadie se apropie del destino de nadie, no pienso permitir que se aplique la ley del más fuerte sobre este pueblo ni sobre ningún otro, ha llegado la hora de que juntemos fuerzas para acabar con esos tres magos, por André, por Tomás, por Daniel y sus hermanos, por Isaac y Miranda…” Otra vez esa sensación al decir su nombre, nuestro chico iba a combatir por amor, amor a las miradas de los indefensos mentalistas y amor a la chica más bella que había conocido.

lunes, 6 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 12 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 12

Tres meses, tres duros meses, encerrado con la única compañía de unos viejos libros y el hombre que los escribió. Sin parar de leerlos, sin parar de practicar. Nuestro chico estaba un tanto harto de no ver resultados. Casi había acabado el plazo y ni siquiera se levantaba a dos centímetros del suelo, empezaba a pensar que era para nada.

“Tranquilo, has de tener paciencia y seguir practicando”, repetía André una y otra vez. “Para ti es fácil decirlo, eres mago, no tienes que entrenar, yo no soy nada…”, replicaba Gonzalo.

“¡Niño insolente y estúpido! ¡¿Acaso crees que nací con esta capacidad, que podía hacer magia si me lo proponía a los siete años?! ¡Uno no se gana el nombre de “mago” sin entrenar, insolente!, gritaba enfurecido André.

El chico le plantó cara, saltaban chispas entre ellos. En ese momento André lanzó una llamarada que salía de un trozo alargado y cilíndrico de madera que llevaba guardado en la túnica, una varita, y Gonzalo la esquivó diciendo, “¿estás loco? ¡Podrías haberme matado!”. Los gritos de nuestro protagonista fueron interrumpidos por más llamas que se acercaban a él, era la verdadera furia de un mago.

Atrapado por el fuego, cada vez más cercano, nuestro chico no podía hacer nada. Iba a acabar carbonizado por aquel hombre, aquel que puso sus esperanzas en él. Estaba perdido hasta que el libro que aún llevaba en su mano se manifestó. Era el último volumen, lo estaba leyendo instantes antes de la mortal discusión. Como era de esperar, los conocimientos de Gonzalo sobre magia negra eran muy superiores a los que tenía antes de estar tres meses entrenando, se trataba de un hechizo, probablemente invocado por el antiguo propietario de los libros, el que los olvidó en el piso. El libro empezó a levitar y de él cayeron una carta y una varita. Sin pensarlo dos veces Gonzalo cogió el papel y la varita, la agitó y apareció detrás del poderoso y enfurecido mago, apuntándole con su nueva varita, amenazante, como si de un héroe se tratara.

“Ahí tienes los frutos de tu entrenamiento. El antiguo propietario de estos libros hechizó el último volumen para que si un humano normal los estudiaba, ansiaba esos poderes y tenía buenos propósitos, recibiera como premio su varita y una carta”, dijo André contento por el progreso, “Ahora debes permanecer solo hasta que acabe por completo el tercer mes, luego sal y habla con el grupo de resistencia, Isaac te dirá el puesto que debes ocupar”.

El anciano se marchó y Gonzalo, emocionado y exhausto tras la “batalla”, abrió la carta y comenzó a leer. “Querido aprendiz de mago…”

domingo, 5 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 11 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 11

Llegaron al templo y dentro esperaba solitario un anciano de largas barbas blancas, con los ojos de color claro y mirada perdida, sin ningún punto exacto al que mirar, dando la sensación de que miraba en el interior de las cosas.

“Este es André, el mayor mago conocido en la Historia, recordado por sus inmensas batallas y por escribir los libros que posees. Acércate muchacho, pues a pesar de sus inmensos poderes no ha podido curarse la ceguera que tiene por culpa de un hechizo lanzado por el enemigo en la última de sus batallas”.

El chico hizo caso a las palabras de Isaac y dio dos pasos al frente para quedar delante de aquel hombre, a pocos centímetros de él. “Dime tu nombre chico…” dijo con potente voz André. “Gonzalo, señor”, respondió nervioso el chico. “Y… Tú eres quien va a salvar a este pueblo, ¿no es así?”, preguntó el anciano. “Haré todo lo que esté en mi mano, señor…” , respondió Gonzalo.

Entonces el poderoso mago le puso la mano sobre la cabeza y le dijo, “sí, sé que lo harás, ahora sé que podemos confiar en ti. Has sufrido grandes cambios desde que posees esos libros, chico… Algunos a peor y otros a mejor, pero opino que estás listo para aprender. Vas a pasar unos días aquí, en el templo, cuando acabes tu instrucción de ahora a 3 meses, serás una gran ayuda y podremos enfrentarnos al enemigo en igualdad de condiciones. Recuerda que mientras estés siendo enseñado deberás creer todo lo que yo diga y no poner en duda lo que veas. Solo así aceptaré ser tu maestro y solo así encontraras la forma de dominar la magia, que no es, ni mucho menos, algo fácil de creer”.

“No se preocupe, hasta ahora no he hecho más que toparme con cosas que no había leído ni en los más fantasiosos cuentos, ni soñado en los más profundos sueños, ni imaginado durante las más aburridas clases de matemáticas. No he conocido mundo más extraordinario ni he vivido días más extraños y curiosos. Jamás he sentido tanto y tan distinto en tan poco tiempo. Creo sinceramente que estoy preparado para esto, señor. Quiero aprender y proteger este pueblo y a sus habitantes porque nunca ningún lugar me había hecho sentir tan bien y sobre todo, nunca nadie había hecho que mi rutina fuese tan interesante”.

André rió a carcajadas, “vaya un chico sincero. Isaac, gracias por acompañarlo hasta aquí, me gustaría que el entrenamiento fuese totalmente en solitario, para una mayor concentración, puedes volver al cuarto de vigilancia”.

“Por supuesto, espero que os vaya bien, en 3 meses volveré y ordenaré que nadie entre a molestar. Buena suerte”, dijo Isaac mientras salía de aquel templo.

Ambos quedaron solos, se cerraron las puertas, esos 3 meses cambiarían por completo la vida de Gonzalo, de una manera u otra, aquí comenzaba la historia que lo convertiría en leyenda o en un criminal. Todo dependería de cual fuera su voluntad tras el entrenamiento, de a qué perteneciera su corazón.

jueves, 2 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 10 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 10

La puerta terminó de abrirse y el contraste de luz era tal que cuando pasaron al otro lado Gonzalo tuvo que entrecerrar los ojos, cegado por la luminosidad. Cuando empezó a ver claro, se encontró con que sus expectaciones no eran ni mucho menos correctas, no del todo. La puerta daba lugar a un pueblo. Un pueblo subterráneo escondido en una pared de ladrillos. Era alucinante. El chico se quedó boquiabierto, farolas, chabolas, tiendas, campos de cultivo y hasta un templo. Era increíble que todo eso pudiera haberse construido allí, debió requerir años y mucha constancia para que aquel pueblo perdurase, ¿o era cosa de magia?

Cierto es que la luz que contrastaba con la habitación anterior no provenía de las farolas, provenía de un sol artificial que se elevaba en el “cielo cubierto”. Todo estaba muy bien ambientado y Gonzalo imaginaba que estaba en la Edad Media con una gran sonrisa en la cara por poder ver un paisaje semejante al que tantas veces estudió en Historia.

“Bajemos, ya basta de contemplaciones”, dijo Isaac de manera seca y nada amistosa. Por alguna razón aquel sitio no le hacía sentir bien al anciano, parecía que se llenaba de preocupaciones al entrar. Bajaron ambos por unas escaleras muy empinadas, parecidas a las que se usan para subir las pirámides mayas. Eran cientos de escalones y, según explicaba Isaac, se movían con la mente para, en caso de intrusos, estar protegidos y que no tengan forma de bajar.

Cuando llegaron al suelo de aquel poblado sus habitantes se arrodillaban y aclamaban cuando ellos pasaban cerca. “¿Tanto respeto te tienen todas estas personas?”, preguntó Gonzalo asombrado. “No es respeto, es gratitud y muestra de inferioridad ante ti chico, tienen todas las esperanzas de que puedas salvar sus vidas”, contestó Isaac. Nuestro héroe tragó saliva y para disimular sus nervios sonrió y dijo, “es bueno eso, son muy amables”, y soltó una risa muy plástica que no se asemejaba nada a una risa sincera.

En ese momento el chico puso sus ojos en unos niños (tres niños y una niña) de rostro inocente y alegre, celebrando la llegada de “el salvador”, corriendo y jugando alrededor de unas pocas piedras del suelo.

“¿Quiénes son esos chicos, Isaac?”, preguntó intrigado Gonzalo. “Son los hermanos de Daniel, los que nombré antes en la discusión. Los quiere tanto que si se les menciona empieza a vigilar sus palabras. No es un mal chico pero… Le puede mucho una buena pelea. Ahora mismo sus hermanos son lo único que le queda y por eso ingresó en la división de guerra, para protegerlos como pudiera”.

Nuestro protagonista puso un gesto triste, como si le pesara su causa. Quería hacer todo lo que pudiese por esos chicos, por el pueblo en general, por Daniel, Tomás y por Miranda, sobre todo por Miranda, para impresionarla y tener alguna posibilidad de estrechar su relación con ella. Pero claro, no podía olvidar que él no era “el salvador”, que sus libros no eran suyos y que no tenía sangre mágica.

La voluntad de nuestro héroe estaba cambiando, no pensaba ya en esos ansiados poderes, sus pensamientos estaban ocupados por el humilde pueblo, la sonrisa de los niños, la fuerza de Daniel y, en mayor medida, sus sentimientos por Miranda. Todo esto le convertía más en un héroe que lo que estaba haciendo hasta ahora. Ahora tenía nuevas y mejores intenciones, pero no menos problemas y desdichas.

*EL LIBRO* CAPÍTULO 9 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 9

Daniel se quedó callado y sentado tras los gritos de Isaac. Lo que le había dicho le había afectado y no pudo contestar con otra "bordería". El anciano, al ver que había ganado la discusión, cogió un bollo de crema, se sentó y comenzó a comerlo mientras decía, “al parecer estás algo descentrado, puede que la persona de quien recibiste esos libros no te haya informado. Tu misión aquí es participar en una guerra, una guerra muy reducida que decidirá el futuro de muchas familias. Estás aquí para ser el cerebro de esta guerra, cuando aumentes tus conocimientos en magia nos serás de gran ayuda”.

La expresión facial de Gonzalo cambió por completo. ¿Una guerra? ¿Contra quién? No podía creerlo, no podía creer que para aprender unos cuantos poderes tuviera que pagar la deuda de participar en una guerra que no tenía nada que ver con él. Era de locos.

Lo primero que hizo nuestro chico fue preguntar. “¿Una guerra dices? Y… ¿contra quién peleamos?”. “No te apresures muchacho, todo lo que quieres saber te lo contestará André. Seguro que está ansioso por verte. No debemos hacerle esperar que seguro notó tu presencia.”, dijo Isaac mientras se levantaba con unos caramelos de limón para el camino.

Gonzalo se levantó con él y lo acompañó hasta un rincón de la casa. El mismo de donde había salido la primera vez que presenció su silueta, pero esta vez había más luz en el cuarto, y pudo ver que no había salido de ese rincón.

Cuando se acercaron a la ya no tan oscura esquina, el chico visualizó un pequeño hueco, del tamaño de una moneda, como el que vio en la pared de ladrillos al entrar. Entonces lo entendió todo, era imposible que fueran a disputar una guerra sin un arsenal de armas y algún tipo de despensa con suministros en caso de quedarse encerrados. Aunque no lo hubiera notado antes, a ojos de Gonzalo era ahora todo muy ilógico. Estaba ante otra puerta que Isaac iba a abrir y que, según pensaba él, iba a dar a un campo de entrenamiento o un arsenal donde poder entrenar y guardar todo tipo de suministros.

Isaac sacó su cuchillo del cinturón donde lo colgaba, pegado a su muslo izquierdo, sin requerimiento de funda. El mango de aquel cuchillo acababa de forma redonda y plana, del tamaño del hueco. Con el cuchillo en su mano derecha, Isaac introdujo el mango en el pequeño hueco y los ladrillos comenzaron a caer, dejando entrar bastante luz, otra puerta se había abierto, nuestro chico ansiaba conocer qué había al otro lado.

*EL LIBRO* CAPÍTULO 8 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 8

Se sentaron todos una vez puesta la mesa y comenzaron a comer. La mayoría de la comida era cien por cien glucosa, había bollos de todo tipo, glaseados, con crema, chocolate. Gonzalo recordó aquel pasado en el que comía todas esas porquerías cada día cuando era chico y bastante entrado en carnes. No quería volver a ese pasado por dos motivos, le quitaría agilidad física, la cual intuía por los cuerpos de los demás sentados en la mesa, iba a necesitar. El otro era perder atractivo para Miranda, últimamente el chico estaba algo subido de ego.

En ese instante se le ocurrió preguntarle a Isaac si tenía algo de ensalada. Isaac rió y golpeó la mesa con la palma de la mano. “Aquí no tenemos de eso chico, el músculo que más  utilizamos es el cerebro, así que no pretenderás que haya lechuga y tomate en nuestras despensas”, dijo mientras reía.

Es cierto, nuestro héroe había pasado por alto lo que había visto hace unos segundos, los poderes mentales requieren mucha glucosa, en especial el de Tomás, que requería una fuerte y constante concentración de la mente. “Lo siento, olvidé eso… De todos modos me encantan los dulces”, dijo Gonzalo para disculparse mientras cogía un bollo relleno de crema de frambuesa, su preferida.  De todas maneras lo gastaría con la mente, o eso pensaba.

“Por cierto, ¿cuándo aprenderé a hacer lo que vosotros hacéis?”, dijo el chico tras reunir el valor de formular la pregunta. “¿Hacer el qué, poderes psíquicos?”, preguntó Isaac, “¿tú no eres de sangre mágica?”, dijo extrañado. Nuestro héroe no podía estar más confuso, ¿sangre mágica, a qué se refería? No podía entender nada y se quedó callado y quieto unos instantes. “¡Contéstame chico! ¿Acaso eres un impostor?”, gritaba Isaac enfurecido.

En ese momento Daniel señaló la saga de libros que tantos misterios aguardaba, “tranquilo viejo, ¿es qué ya olvidaste leer? Misterios y curiosidades sobre la alquimia y la magia, por supuesto que tiene sangre mágica, qué tonterías dices”, dijo de manera burlesca y poco respetuosa Daniel en un intento de esconder la verdad del chico.

“A mí no me hablas así dos veces Daniel, te recuerdo que estamos en mi casa, que soy tu superior y que la vida de tus hermanos pequeños está en juego. Si quieres salvarlos más te vale tener un poco más de consideración y respeto cuando te hable yo, ¿has entendido?”

Las palabras de Isaac eran temibles y curiosas al mismo tiempo, ¿hermanos pequeños, sangre mágica, superior? ¿De qué iba todo eso? Sea como fuere no iba a tardar en descubrirlo y estaba muy agradecido por lo que Daniel hacía por él.

miércoles, 1 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 7 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 7

Tomás cerró los ojos, de los dos compañeros, él era el más callado pero se notaba que era igual de alegre que Daniel. Acto seguido, nuestro protagonista empezó a ver borroso, le fallaban las articulaciones y finalmente dejó de controlar su cuerpo. En efecto, Tomás había comenzado a controlar el cuerpo de Gonzalo a través de su mente y el chico podía sentirlo, era un estado de “inconsciencia consciente”, era capaz de sentir que le estaban controlando, percibía lo que pasaba fuera de él pero simplemente no era capaz de moverse a su voluntad.

El cuerpo del protagonista empezó a hablar, y digo el cuerpo porque Gonzalo no estaba en ningún momento articulando ni una palabra, sus labios se movían solos dominados por Tomás que seguía concentrado y con los ojos cerrados. Este poder era, a ojos del chico, el más increíble; pero a la vez era el que más glucosa gastaba.

Tomás lo estaba pasando tan bien hablando desde el cuerpo de Gonzalo, diciendo tonterías y explicando los requisitos de su poder con voz alegre, que olvidó por completo el esfuerzo de su mente, y pasados unos minutos cayó al suelo, dolorido y recobrando así nuestro chico el control de su cuerpo.

Isaac se alarmó y gritaba, “¡Miranda, trae los terrones de azúcar!”. Miranda hizo caso a su padre y fue a un estante de donde sacó un tarro con terrones de azúcar blanco que introdujo en la boca de Tomás. Empezó a hacerle efecto y recobró la consciencia, al fin pudo levantarse, con la ayuda de Daniel se sentó en una vieja silla para no caer otra vez al suelo.

“Esto te pasa por tener la mente en las nubes, que no vuelva a ocurrir”, le decían todos. Tomás estaba avergonzado, se disculpó varias veces y los demás parecían muy enfadados. Gonzalo no pensaba en esto, solo podía pensar en conseguir aquellos poderes, costase lo que costase y esto le volvía cada vez más egoísta.

“Bueno, ya estamos todos, cerrad la puerta, preparad la mesa, poned los mejores platos y la cubertería de los invitados importantes, más luz, quiero que esto sea acogedor para poder hablar con el chico mientras cenamos, a prisa”, ordenó Isaac a los cuatro jóvenes eruditos y a voz del hombre empezaron a moverse y prepararlo todo. Nuestro protagonista estaba nervioso, ¿qué clase de preguntas le haría el anciano y a cambio de qué le enseñara los poderes? Tenía los ojos puestos en Miranda mientras pensaba pero, ella no era su prioridad.

*EL LIBRO* CAPÍTULO 6 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 6

La puerta de ladrillos terminó de desmontarse y ahí estaban. Dos personas, de aspecto parecido y misma altura. Misma sonrisa en sus caras y mismo aire de felicidad y humildad. Gonzalo tenía la sospecha de que eran muy buenas personas, la habitación parecía más alegre con su llegada.

“Chico, te presento a Daniel y Tomás, en breves te mostrarán sus habilidades”, dijo Isaac. “Seguro que te impresiona el nivel que han llegado a alcanzar, no es para menos habiendo recibido clases desde que eran dos mocosos”.

En ese momento Daniel dio dos pasos al frente para acercarse a nuestro protagonista y dijo con tono burlesco, “Gonzalo, ¿por qué no paras un poco de pensar en Miri y me dejas ver lo que hay en tu mente?” Y rió mirando a Miranda, que sonreía mientras nuestro chico se ponía rojo como un tomate. “¡Te he dicho mil veces que si quieres abreviar mi nombre me llames Mir!”, exclamó ella.

Tras esta broma el chico sin decir palabra se limitó a dejar la mente en blanco como Daniel le había pedido. Entonces empezó a leerle la mente, era un telépata, o como le llaman ellos, lector. La telepatía era un arte muy útil, Gonzalo no podía esperar a llegar a aprenderlo. Daniel estaba acabando pero entonces nuestro chico se dio cuenta de que había mentido y por tanto él podría saberlo. Cuando Daniel se dio cuenta de que no paraba de pensar en “no les digas que he mentido, por favor te lo pido” contactó con su mente diciéndole, “¿a qué viene esto, piensas que puedes burlarte de nosotros?”, Gonzalo pensó fuerte, “lo siento, de verdad, pero sea lo que sea para lo que me necesitéis, quiero ayudar y quiero aprender de vuestros poderes, por favor, quién sabe qué podrían hacerme si descubren que miento, por favor…”.

Tras las súplicas de nuestro héroe Daniel decidió “dejarle la cabeza tranquila” y le susurró esta vez al oído, “no sabes en qué lío te has metido…”. Al oír eso, el chico tragó saliva e imaginó lo peor. Sus imaginaciones fueron interrumpidas por las palabras de Isaac, “bueno Tomás no te quedes quieto, muéstrale al chico de qué estás hecho”.

Tomás dio esta vez un paso atrás, esto extrañó al protagonista, ¿qué dominaría él?, ¿qué clase de poder mental tendría el placer de contemplar? Gonzalo estaba impaciente. Había encontrado un grupo de personas que rompían con su rutina. Personas sobrenaturales.