CAPÍTULO 15
El chico se puso a recordar, los libros, su papel en la
guerra, Miranda, la magia, su vida en juego, las miradas de los habitantes…
Estaba nervioso, no podía articular palabra. ¿cómo iba alguien así a salvar a
una civilización entera? Era imposible, “no soy un héroe, soy un cobarde, no
quiero arriesgar mi vida”, decía.
En ese momento dejó caer la varita al suelo, levantó las
manos y gritó con los ojos llorosos, “¡Soy humano, no me hagáis nada, no quiero
formar parte de esta guerra!”. Tras sus palabras uno de los magos extendió su
varita y le atacó a distancia, nuestro chico estaba desprotegido. Aquel rayo
haría justicia, por cobarde, por no tener en cuenta las demás vidas, por no
cumplir su parte del trato. Los segundos antes del impacto pasaban lentamente a
ojos de Gonzalo y, sin esperarlo, algo le impidió ver el final de su revoltosa
vida.
Era Miranda, la chica se había interpuesto en la trayectoria
del mortal ataque para salvar a nuestro héroe falto de valor. En el último
instante y a costa de un gran esfuerzo mental, Miranda consiguió desviar aquel
rayo, salvando así la vida de Gonzalo y agotando su propia vitalidad. La chica
calló al suelo, desmayada, ante los ojos de aquel que la tenía en un pedestal.
Gonzalo dejó caer unas lágrimas al suelo, ahora no estaba
asustado, no estaba preocupado, estaba furioso con aquellos asesinos. Deseaba
hacerles perder sus vidas y deseaba que Miranda estuviese bien. Cogió su varita
y comenzó a pelear, ¡y menuda pelea!
El escenario se convirtió en un espectáculo de fuegos artificiales
letales. Cada mago movía su varita como si de un arte y con pincel se tratase.
La magia fluía de un lado a otro de aquel descampado. Mientras tanto Daniel se
había procurado de poner a Tomás e Isaac a salvo, e intentó lo mismo con
Miranda pero estaba tumbada entre aquella batalla.
Gonzalo nunca estuvo más concentrado, a cada ataque
contrarrestaba y ganaba terreno a los enemigos. André también estaba en
esplendor. El ciego anciano ya se hacía ilusiones de un mundo de paz para los
eruditos, pero aun así no quitaba el ojo de aquel duelo.
Daniel no cesó en el intento de poner a salvo a Miranda.
Volvió a intentarlo, fue a gatas hacia allí e intento reanimarla, hablándole a
su mente: “Miranda, ¿Miranda estás ahí?”, preguntaba. “¿Cómo está Gonzalo,
llegué a tiempo?”, pensó ella preocupada. “Tranquila, lo has hecho genial,
ahora escucha. Estás inconsciente en medio del campo de batalla, es peligroso,
necesito que te recuperes y nos pongamos en un lugar seguro, te estoy
introduciendo una galleta de chocolate en la boca, en cuanto vuelvas saldremos
a rastras de aquí y dejaremos que sigan luchando”.
Así fue, la chica pudo volver en sí, ¿y qué es lo primero
que vio al despertar? A Gonzalo, peleando por una causa y un pueblo que no era
suyo. Le hacía muy feliz, tanto que tuvo que exclamar “¡Gonzalo!”.
Gran error el de aquella chica, nuestro enamorado reconoció
su voz y no pudo evitar mirarla y sonreír. Tiempo que esos magos asesinos no
desperdiciaron y que aprovecharon para asestarle a Gonzalo un golpe mortal que
impactó y fue seguido de una profunda tristeza.
Pero… No impactó en Gonzalo, el ataque no se le escapó a
aquel gran lector de mentes. No pudo ser mayor su valentía al colocarse
delante, perdiendo así la vida para dar una chispa más de esperanza a la
salvación de su pueblo.
Daniel estaba perdiendo color y alegría a cada segundo. Su sonrisa
se convirtió en una línea insensible, y su cara iluminada se tornó grisácea.
Había muerto una estrella, una persona con ideales, una persona que merecía la
mejor de las vidas, pero que la dejó ir por la vida de sus hermanos. Gonzalo no
podía creer lo que veía. De sus ojos y de los de Miranda caían lágrimas, el
aire tenía ahora un aspecto menos cargado de felicidad.