CAPÍTULO 8
Se sentaron todos una vez puesta la mesa y comenzaron a
comer. La mayoría de la comida era cien por cien glucosa, había bollos de todo
tipo, glaseados, con crema, chocolate. Gonzalo recordó aquel pasado en el que
comía todas esas porquerías cada día cuando era chico y bastante entrado en
carnes. No quería volver a ese pasado por dos motivos, le quitaría agilidad
física, la cual intuía por los cuerpos de los demás sentados en la mesa, iba a
necesitar. El otro era perder atractivo para Miranda, últimamente el chico
estaba algo subido de ego.
En ese instante se le ocurrió preguntarle a Isaac si tenía
algo de ensalada. Isaac rió y golpeó la mesa con la palma de la mano. “Aquí no
tenemos de eso chico, el músculo que más utilizamos es el cerebro, así que no
pretenderás que haya lechuga y tomate en nuestras despensas”, dijo mientras
reía.
Es cierto, nuestro héroe había pasado por alto lo que había
visto hace unos segundos, los poderes mentales requieren mucha glucosa, en
especial el de Tomás, que requería una fuerte y constante concentración de la
mente. “Lo siento, olvidé eso… De todos modos me encantan los dulces”, dijo
Gonzalo para disculparse mientras cogía un bollo relleno de crema de frambuesa,
su preferida. De todas maneras lo
gastaría con la mente, o eso pensaba.
“Por cierto, ¿cuándo aprenderé a hacer lo que vosotros
hacéis?”, dijo el chico tras reunir el valor de formular la pregunta. “¿Hacer
el qué, poderes psíquicos?”, preguntó Isaac, “¿tú no eres de sangre mágica?”,
dijo extrañado. Nuestro héroe no podía estar más confuso, ¿sangre mágica, a qué
se refería? No podía entender nada y se quedó callado y quieto unos instantes. “¡Contéstame
chico! ¿Acaso eres un impostor?”, gritaba Isaac enfurecido.
En ese momento Daniel señaló la saga de libros que tantos
misterios aguardaba, “tranquilo viejo, ¿es qué ya olvidaste leer? Misterios y
curiosidades sobre la alquimia y la magia, por supuesto que tiene sangre
mágica, qué tonterías dices”, dijo de manera burlesca y poco respetuosa Daniel
en un intento de esconder la verdad del chico.
“A mí no me hablas así dos veces Daniel, te recuerdo que
estamos en mi casa, que soy tu superior y que la vida de tus hermanos pequeños
está en juego. Si quieres salvarlos más te vale tener un poco más de
consideración y respeto cuando te hable yo, ¿has entendido?”
Las palabras de Isaac eran temibles y curiosas al mismo
tiempo, ¿hermanos pequeños, sangre mágica, superior? ¿De qué iba todo eso? Sea
como fuere no iba a tardar en descubrirlo y estaba muy agradecido por lo que
Daniel hacía por él.
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