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jueves, 15 de noviembre de 2012

DIOSAS -Carlos Atienza Cuenca-


DIOSAS

Me reúno con las diosas que se quejan de mí,
de que no les echo cuenta, me conocen desde que nací.
Ahora me hablan indignadas y yo las miro feliz,
lo que me dijeron fue una cosa así:

Diosa viento, siempre alegre y blanca se tornó en gris,
siempre me fijaba en ella, me atraía sus mil
y una expresiones y como un soplo helado
congelaba las lágrimas que nunca he llorado.
Me explicaba sin alterarse que la había olvidado,
que con ella ha sido con quien más alto he volado,
que mis ojos ya no lloran y ella se siente innecesaria,
cuando sabe que sin ella no habría esa brisa diaria
que me envuelve y tranquiliza cada mañana
entrando como un silbido por mi triste ventana.
Le expliqué que ella era la base de mis sentimientos,
el nacimiento de mi música, dueña de mi talento.

Diosa fuego no fue tan suave, explotó cual volcán,
diciendo que su llama ya no iba a calentar.
Exigiéndome respeto, cariño y afecto,
nombrándome el ardor de todos mis sentimientos.
Recordándome su ayuda en la guerra de la poesía,
¿de donde salió esa antorcha que tu camino alumbra y guía?
Decía y yo la miraba sin miedo y con respeto,
le dije: “tú eres las ganas de cumplir todos mis retos
y noto tu enfado pero estate tranquila
porque sueles calentarme hasta dejarme sin saliva”.
Miro arriba, allí estás tú, brillando en las estrellas,
tú fuiste aquella guía para encontrar a la más bella.
Así que no llores que apagas tus estelas de fuego
y deja hablar a diosa agua, ya hablaré yo luego.

Diosa agua con sus juegos fue la gota inspiradora,
no entendí como siendo tan alegre ahora llora,
su dolor nunca fue un problema, siempre encontraba salidas
y curaba mis heridas con dosis de aguamarina.
Sus ojos eran de cristal, brillaban hasta en la noche
y fue su suave oleaje lo que hizo que me moje
de inspiración y pasión, ella me hizo ver mi don.
Consiguió afinar mi vida con una canción de amor.
Abrió mi corazón y lo mojó para mantenerlo fresco,
me sonreía y me alegraba más de lo que me merezco.

Diosa tierra fue la última, madre de las anteriores,
esencia de todo mi alrededor, creadora de mis dones.
Ella no estaba triste, sonreía al igual que yo,
sabía que me había alejado porque encontré algo mejor.
Su mayor creación, era humana no era diosa,
ellas negaban celosas pero es la más hermosa.
La creó a partir de la belleza de una rosa
y le añadió dos esmeraldas para que viera las cosas.
Le dio capacidad de amar pero la escondió en sus adentros,
yo me dispuse a sacarla o a morir en el intento.
Le dio gracia y estilo, le dio cerebro y dulzura,
y aun así era humana, parecerá una locura.
La encontré y ahora la quiero y no la suelto por nada,
por mucho que las otras diosas rechistaran y gritaran.

Carlos Atienza Cuenca

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