Bueno, se están introduciendo personajes en la obra, lo cual exige una serie de nombres para que la lectura no se vuelva difícil de entender. Hasta ahora debéis saber que el protagonista se llama Gonzalo, su compañero de piso, Miguel y la chica se llama Miranda. El resto de los personajes se irán presentando durante el relato.
Espero que disfrutéis de este quinto capítulo que os dejo abajo. Gracias.
CAPÍTULO 5
El hombre entre las sombras mostró su rostro exponiéndolo a
la luz de una pequeña lámpara que colgaba del techo. Era un señor mayor,
aproximadamente unos 40 años rozando los 50, tenía una mirada un tanto
perturbadora y sostenía en la mano una especie de arma blanca corta, como un
cuchillo de cocina. Su nombre era Isaac y su pelo era blanco y tenía una
especie de cicatriz que le surcaba la cara desde el extremo derecho del labio
hasta la barbilla. Era un tanto tétrico su aspecto, al contrario que el de
Miranda, que a ojos de nuestro “héroe” era cada vez más hermosa.
El anciano inspeccionó al protagonista con gran interés y
después tomó los libros aún polvorientos. Empezó a leer mientras sonreía y
preguntaba “¿dónde los has encontrado, son tuyos?”. Gonzalo contestó que los
había recibido como herencia y tras la mentira Isaac le abrazó y exclamó “¡benditos sean los ojos, eres de quien habló
André, tú puedes salvarnos, no está todo perdido!”
A cada palabra de aquel hombre nuestro chico se sentía más y
más confuso, ¿quién era ese tal André, nombre que no había oído en la vida, y
por qué habló de él? O más correctamente, del antiguo propietario de los libros.
Quizás no debió mentirle sobre la pertenencia de aquellos escritos, pero tenía
miedo a que se los arrebatara y jamás pudiera hacerse con los poderes que tanto
ansiaba. Además, aquella familia tenía “ya no tan extrañas” capacidades, ¿quién
sabe cómo reaccionarían ante una decepción? Sea como sea, Gonzalo decidió
continuar con su piadosa mentira que, avanzados en la historia, se convertiría
en un problema.
“Los demás estarán al llegar”, dijo el anciano mientras
ofrecía asiento a su nuevo invitado. “Los gemelos suelen ser puntuales y ya es
casi la hora de cenar, durante la cena hablaremos mejor.”
El chico no podía entender nada. Las palabras de aquel
hombre, aquella extraña habitación, el anuncio de más poseedores de esos dones…
Todo iba demasiado rápido desde su punto de vista y eso le preocupaba porque
aún era solo un chico sin habilidades y con ganas de aprender. Todos estos
pensamientos fueron interrumpidos con el ruido de los ladrillos volviéndose a
desmontar. “Ya están aquí”, pronunciaba Isaac, “te gustarán, son muy
habilidosos en lo suyo”.