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sábado, 27 de abril de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 1 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 1

Las cosas cambian, a decir verdad todo está continuamente cambiando, lo que pasa es que las cosas no suelen cambiar radicalmente y cuando lo hacen es cuando lo notamos, somos conscientes de ello y luchamos por adaptarnos o, algunos, peleamos por otro cambio porque lo vemos más justo o más cómodo.
Pues de cambios va la cosa. No muchas personas experimentan un giro completo en su vida. No todas pueden presumir de haberse topado con algo que les cambiara el rumbo corriente, que rompiera con sus rutinas como le sucedió a nuestro protagonista. Algo que estuvo en su mente durante mucho tiempo, quitándole las ganas de comer, menguándole las ganas de salir y ocupando lugar e impidiendo que pensara racionalmente, cambiando, como ya he dicho, su vida, la dirección del viento.

Dejémonos de decoraciones para hacer la “novela” más larga. El caso es que el chaval se disponía a coger el autobús que antes llegara a la parada en la que siempre espera para volver a casa. Pero cuando iba a sentarse en aquel incómodo banco al lado de esos típicos carteles que indican cuáles son los próximos autobuses y a donde se dirigen, se percató de que una extraña mujer estaba levitando a unos seis metros del suelo al otro lado de la avenida. La cara de la joven que no podía alcanzar los veinte años era como la del cuadro de “El grito” de Edvard Munch, una extraña mezcla entre asombro y dolor combinada con un indiscutible aire de éxtasis. Aunque la distancia no ayudaba era posible reconocer que la mujer que levitaba no controlaba lo que hacía, no estaba consciente.

En un instante, la mujer empezó a caer y a nuestro héroe no se le ocurrió otra cosa de cruzar la avenida corriendo, con todos los coches circulando, en un intento de coger a la chica. Intento que tras poner su propia vida en riesgo pero aun así saliendo ileso, fue en vano porque aquella extraña individua se había evaporado prácticamente en sus brazos antes de poder estrellarse o ser cogida, dejando un olor extraño que daba paz interior.

El chico estaba asombrado, no era capaz de explicar lo que acababa de suceder. Estaba de rodillas con los brazos extendidos y así se quedó desde que hizo el intento de coger a la chica y esta se evaporó, hasta unos minutos después de lo sucedido. Pensativo, confuso y apaciguado por el olor desprendido por la mujer, pensando todo lo que le había pasado pero al mismo tiempo, con la mente completamente en blanco. Ni si quiera había podido comprobar si alguien de la calle podría ser testigo y explicarle el por qué. Se limitó a volver a cruzar la avenida, con la mirada baja, ida; volver a sentarse en el incómodo banco y esperar la llegada del siguiente autobús, pues el que coge todos los días ya se habría ido.

Nuestro protagonista ya no era el mismo, parecerá exagerado pero tras aquello, no volvió a ser el mismo y las cosas que le sucederían en adelante no son, ni mucho menos, experiencias agradables o del todo lógicas, no son cosas que puedan explicarse con palabras pero que yo intentaré expresar de alguna manera, sin grandes decoraciones ni términos complejos. Estoy hablando, por decirlo de algún modo, de magia, pero no una magia que convierte ranas en príncipes o hace cumplir los sueños de los niños… Magia negra.

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