CAPÍTULO 1
Las cosas cambian, a decir verdad todo está continuamente
cambiando, lo que pasa es que las cosas no suelen cambiar radicalmente y cuando
lo hacen es cuando lo notamos, somos conscientes de ello y luchamos por
adaptarnos o, algunos, peleamos por otro cambio porque lo vemos más justo o más
cómodo.
Pues de cambios va la cosa. No muchas personas experimentan
un giro completo en su vida. No todas pueden presumir de haberse topado con
algo que les cambiara el rumbo corriente, que rompiera con sus rutinas como le
sucedió a nuestro protagonista. Algo que estuvo en su mente durante mucho
tiempo, quitándole las ganas de comer, menguándole las ganas de salir y
ocupando lugar e impidiendo que pensara racionalmente, cambiando, como ya he
dicho, su vida, la dirección del viento.
Dejémonos de decoraciones para hacer la “novela” más larga.
El caso es que el chaval se disponía a coger el autobús que antes llegara a la
parada en la que siempre espera para volver a casa. Pero cuando iba a sentarse
en aquel incómodo banco al lado de esos típicos carteles que indican cuáles son
los próximos autobuses y a donde se dirigen, se percató de que una extraña
mujer estaba levitando a unos seis metros del suelo al otro lado de la avenida.
La cara de la joven que no podía alcanzar los veinte años era como la del
cuadro de “El grito” de Edvard Munch, una extraña mezcla entre asombro y dolor
combinada con un indiscutible aire de éxtasis. Aunque la distancia no ayudaba
era posible reconocer que la mujer que levitaba no controlaba lo que hacía, no
estaba consciente.
En un instante, la mujer empezó a caer y a nuestro héroe no
se le ocurrió otra cosa de cruzar la avenida corriendo, con todos los coches
circulando, en un intento de coger a la chica. Intento que tras poner su propia
vida en riesgo pero aun así saliendo ileso, fue en vano porque aquella extraña
individua se había evaporado prácticamente en sus brazos antes de poder
estrellarse o ser cogida, dejando un olor extraño que daba paz interior.
El chico estaba asombrado, no era capaz de explicar lo que acababa
de suceder. Estaba de rodillas con los brazos extendidos y así se quedó desde
que hizo el intento de coger a la chica y esta se evaporó, hasta unos minutos
después de lo sucedido. Pensativo, confuso y apaciguado por el olor desprendido
por la mujer, pensando todo lo que le había pasado pero al mismo tiempo, con la
mente completamente en blanco. Ni si quiera había podido comprobar si alguien
de la calle podría ser testigo y explicarle el por qué. Se limitó a volver a
cruzar la avenida, con la mirada baja, ida; volver a sentarse en el incómodo
banco y esperar la llegada del siguiente autobús, pues el que coge todos los
días ya se habría ido.
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