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martes, 11 de junio de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 19 -Carlos Atienza Cuenca-

CAPÍTULO 19

“¿Qué diablos es eso?”, gritaba Gonzalo retorciéndose de dolor por aquel grito que no cesaba. “Es una bola de cristal, está embrujada”, dijo Miguel acostumbrado ya a aquel irritante sonido. “Y… ¿por qué me la enseñas?”, seguía gritando el chico tapándose los oídos.

Miguel volvió a tapar aquella odiosa bola de cristal y añadió, “Pretendía que me ayudaras a eliminar su hechizo… ¿Tienes alguna idea?”. Gonzalo quedó pensativo, “Pues… No lo sé pero… ¿Para qué serviría?”.

Miguel le explicó todo acerca de la ruidosa bola. Al parecer, estuvo en uno de los arsenales donde se reunían los tres magos oscuros y allí la encontró. Según Miguel podría hacerles ver dónde se encuentra la solución de sus problemas, pero su hechizo era muy fuerte y aquella bola no desvelaba sus verdaderos poderes. “Gonzalo, ¿se te ocurre algo, algo que André te enseñara que no viniese en el libro?”. El chico pensaba y pensaba pero no era capaz de recordar nada sobre rotura de hechizos. “A ver… Destápala, a ver si probando conseguimos algo…”, dijo tras mucho estrujarse la mente.

Así lo hizo, Miguel volvió a quitar la sábana dando paso al puntiagudo sonido que se clavaba en los tímpanos de Gonzalo. Los dos jóvenes magos comenzaron a lanzar hechizos y contrahechizos para frenar aquel encantamiento, todos en vano. Entonces a nuestro chico se le apareció el recuerdo que buscaba, un recuerdo en el que André le gritaba algo mientras él estaba absorto pensando en Miranda, pero… ¿Qué gritaba? Al joven mago le parecía increíble que de las pocas veces que se quedó embobado durante su entrenamiento, una de ellas fuera a impedirle salvar su causa.

“Miguel… Tengo un problema. Recuerdo que André me dio la información acerca de cómo romper un hechizo…”, dijo Gonzalo. “¡Eso es genial! No veo ningún problema en eso”, contestó alegrado su amigo. “Ya… Lo malo es que… Bueno, digamos que estaba… Distraído”, se sinceró nuestro héroe.

Miguel se llevó una mano a la cabeza, con la otra tapó la esfera y se sentó cabizbajo en una silla de aquel salón. “Miguel de verdad que lo siento… Nunca había tenido motivos para distraerme pero… Es por una chica.”, se disculpó Gonzalo una y otra vez. Su compañero, aun mirando al suelo empezó a reír, para desconcierto de nuestro chico. Se levantó de su asiento, le abrazó y seguía emitiendo carcajadas de alegría, “Nunca has sido más humano que ahora que eres medio mago… Eres increíble, es muy irónico.”, le dijo. Paró de reír y le miró con cariño, cómo si viera a un nuevo y mejor “viejo amigo”. “Tranquilo, tengo la solución a ese problema, toma mi mano y agárrate fuerte, vamos a ir a ver a alguien que nos ayudará.”.


Gonzalo le dio la mano a su amigo, el cual agitó su varita y los llevó a otra parte. “Espero que funcione”, dijo por último Gonzalo antes de desaparecer.

domingo, 2 de junio de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 18 -Carlos Atienza Cuenca-

CAPÍTULO 18

Mientras tanto, Gonzalo  se encontraba en una habitación oscura, en una cama tumbado boca arriba y con dolor de cabeza. Su varita se cayó de la cama y rodó desde esta hasta el pie de una estantería. Acto seguido comenzó a brillar dejando a nuestro protagonista una clara imagen de aquel cuarto… Su cuarto.

En efecto, cuando André le hizo desvanecer, no tuvo tiempo para pensar el lugar de llegada y sin evitarlo, la magia lo llevó al sitio más reciente en la memoria de Gonzalo, su piso.

El chico se levantó algo aturdido, se agachó a por su preciada varita y antes de poder ponerse recto la varita tiró de su brazo, apuntando a uno de los estantes, como intentando mostrar algo. El chico, curioso, empezó a sacar los libros de ese estante, leyendo en alto todos los títulos, la mayoría libros de Historia y Literatura, alguna enciclopedia y un diccionario de inglés. Nada útil para la situación, Gonzalo se impacientaba… “¿Qué quieres varita? ¡Necesito volver al campo de batalla!”, dijo como si fuera a responder. Fue entonces cuando lo vio, no todo viene escrito en los libros, se trataba de anotaciones en la madera del estante, hechas posiblemente por un cuchillo o unas llaves.

Había palabras casi ilegibles, pero aproximadamente decía: “Encontrarás la solución a tus problemas siempre que no olvides qué eres, joven mago. Fdo: Un Mago Distinto.”

Aquel mago de nuevo, pero… ¿Cómo? ¿Cómo había podido grabar esa frase en la estantería? ¿Cuándo? Todas esas preguntas nublaban la mente del chico y la entrada de una persona en la habitación interrumpió sus pensamientos. “¿Quién anda ahí?”, preguntó nuestro héroe amenazador, apuntando con su varita. La respuesta no fue una voz, fue una ráfaga de viento que lo desarmó, seguida de unas palabras en un tono familiar, “Poco tiempo ha pasado y mucho has cambiado… Ya no reconoces a tu propio compañero de piso…”.

Era Miguel, su optimista compañero de piso. Para Gonzalo fue una gran sorpresa, no sabía qué decir, y encontrárselo con una varita en la mano le dejaba más desconcertado. “Tú… Tú eres ese mago que me escribe y me empujó a hacer esto.”, dijo el chico. “Yo no te empujé a nada, quizás un pequeño impulso a que cambiaras tu rutina, pero empujar suena muy feo…”, contestó Miguel.

Los dos rieron y se abrazaron, luego Gonzalo añadió, “dejé de sentir a André y a los magos negros, ¿crees que habrá dado su vida para acabar con ellos?”. “Tienes que ver algo… Vayamos al salón…”, dijo su compañero.

Allí había, sobre la mesa, una manta que tapaba algo esférico y, que al igual que las varitas, desprendía un poder mágico bastante notable. “¿Qué hay debajo?”, preguntó Gonzalo. “Destápalo…”, dijo misterioso su viejo amigo.


El chico no dudó en hacerle caso y, tal como le pidió, apartó la sábana de encima y el salón se vio sumergido en un irritante y agudo chillido que enturbió la mirada de nuestro protagonista.

*EL LIBRO* CAPÍTULO 17 -Carlos Atienza Cuenca-

CAPÍTULO 17

Miranda estaba cuidando de sus dos compañeros, cuando recobraron consciencia les contó lo que había sucedido y ambos miraron al suelo con aire triste al oír sobre la muerte de Daniel. Isaac no podía permitir que el joven y el anciano mago disputaran la guerra solos, él quería ir allí a pelear con ellos, pero fue sensato y obedeció a su hija, la cual le dijo que esperara con ella hasta recuperarse del todo. Por suerte todos llevaban algo de dulce en sus bolsillos, lo cual les facilitaría volver a usar sus poderes.

Mientras los demás se recuperaban, André se debilitaba. Notaba como sus poderes se iban agotando y no le gustaba esa sensación. Ahora no era el momento de perecer y dejar todo el trabajo a nuestro chico, no podía dejarle solo contra esos dos asesinos que, a saber qué le hacían. No, él seguía en pie, varita en mano, dando sus últimos suspiros antes de perderlo todo. “Tengo que eliminar a uno antes de dejar el combate, o si no Gonzalo será incapaz de aguantar todo el peso…”, pensó el anciano. Y tal como lo pensó, lanzó una oleada de llamas interrumpiendo el combate, cogió del brazo a Gonzalo y ambos saltaron por el acantilado.

Mientras caían, Gonzalo no pensaba en nada, tenía la mente completamente en blanco, y sonreía. André le miraba con ternura, como a un hijo, y sacudió su varita haciendo desaparecer al chico y cayendo él en el agua. Los magos bajaron a inspeccionar la zona, a asegurarse de que no quedaba cuerpo mágico con vida. Y cuando se encontraban levitando, a ras del río, André salió del agua, también flotando, y golpeó con su mano la pared del acantilado.

Tras esto, el acantilado se empezó a derrumbar, se había formado una avalancha que arrasaría con lo que hubiese abajo. Los asesinos miraron hacia arriba, intentaron escapar, pero André les retuvo con un gran oleaje. “Si mi vida basta para salvar a un pueblo inocente, no dudaré en sacrificarme”, decía el anciano mientras sonreía con superioridad. “La vida no tiene sentido si no la compartes, no se puede ser feliz sin hacer feliz a otros, esta es la lección que me han dado las personas, que me dio ese chico…”.


Las piedras hicieron gran ruido al caer, pero el anciano no oía nada, no pensaba ya nada, no había magia en su cuerpo. Murió con la esperanza de que su vida valiese para salvar miles de otras vidas, vivió apartado, solitario, como un mago; pero murió para conseguir algo, por los demás, como un hombre.

*EL LIBRO* CAPÍTULO 16 -Carlos Atienza Cuenca-

CAPÍTULO 16

Los chicos no se dieron cuenta de que ese momento de tristeza podría ser aprovechado por los magos asesinos para acabar con ellos. Quien sí se dio cuenta fue André, que lanzó unas llamas, rodeó a los enemigos y se los llevó a otro lado, con el mismo truco que usó en el cuarto justo antes de comenzar la batalla. Así les daría unos minutos para despedirse y poner a los mentalistas a salvo.

Daniel decidió despedirse hablándole a las mentes de cada uno, por separado, usando sus últimas fuerzas. Primero habló con Miranda y le dijo que no había sido su culpa, que es normal cometer a veces errores y el hecho de que las consecuencias de uno sean mayores de lo previsto no hace que tenga mayor culpa. Miranda no supo que decir, estaba en blanco y seguía llorando.

Luego habló con Gonzalo, fue una conversación más larga y profunda, le dijo que cuidara de sus hermanos, de alguna manera u otra se habían convertido en su responsabilidad. Gonzalo tenía una pregunta importante que hacerle, si la vida de sus hermanos estaba en juego, ¿por qué al enterarse de que no era el elegido, no se lo dijo a Isaac? Él le contestó, “algo me hizo sentir calor al verte, un calor que ni las mismísimas llamas de André habían desprendido jamás. Algo me dijo que tú, aunque no fueses mago, sabías hacer magia, porque las personas normales también tenéis poderes. Podéis conseguir vuestros propósitos, podéis amar y ser amados como ningún otro ser puede, cuando vuestros actos son puros desprendéis una luz en la mirada que da confianza a quien los mira. Vosotros tenéis la verdadera magia en la sangre, la magia de aprender y buscar el bien común, la magia de vivir en familia y no dudar de vuestras prioridades. Por eso y por muchas otras cosas dejé que te convirtieras en nuestra esperanza, porque fuera cual fuese la fuerza del verdadero elegido, su entusiasmo, su honestidad y su fuerza de voluntad no llegarían ni a las suelas de la tuya.

Gonzalo no pudo hacer más que sonreír mientras seguía dejando caer sus lágrimas. Era cierto, las personas corrientes tienen una magia escondida, algunos trucos los tienen en desuso, pero son mágicos en ese aspecto pero, no están acostumbrados a que se les diga. La monotonía de la vida de nuestro protagonista antes de su sobrenatural aventura había sido culpa suya.

Ahora pensaba en Miguel, su compañero de piso, y en lo contrario que habían sido siempre, él siempre ha sido muy optimista, siempre deseando que empezara un nuevo día cuando se iba a dormir y no quería que acabara cuando estaba despierto. Gonzalo era totalmente opuesto, cada día le parecía igual que el anterior y no le gustaba su carrera. Ahora se daba cuenta de que Miguel manifestaba su magia, por eso era feliz.

El hecho de haberse enamorado, de haber aprendido una serie de poderes, de estar luchando por y para los más débiles no le hacía mejor mago, le hacía mejor persona, había encontrado su manera de manifestar su magia, proteger a quien lo necesita.

En ese momento recordó a André, se encontraba ahora junto a un acantilado, combatiendo contra los tres magos él solo, perdiendo cada vez más terreno. La derrota del anciano era más que obvia, o paraba de defenderse y recibía un mortal ataque, o seguía evadiendo aquellos hechizos, retrocedía y al final caía por aquel profundo borde.

Gonzalo se secó las lágrimas, cogió a miranda en brazos y la llevó junto a Isaac y Tomás, los cuales parecían más recuperados. “Debes quedarte aquí, yo iré a ayudar a André, volveré en menos de lo que piensas, ¿de acuerdo?”, dijo Gonzalo, “Y… ¿Qué me garantiza que volverás con vida?”, replicó Miranda. Gonzalo le puso la mano detrás de la cabeza y la besó, un largo beso, quizás el mejor, el primero en el que estaba realmente enamorado. Luego añadió, “Nunca he estado más seguro de querer volver a un sitio, de querer vivir, de querer que sea mañana cuando me vaya a dormir y no querer que el día acabe mientras estoy despierto.”


El chico dio unos pasos hacia atrás, cerró los ojos, alzó su varita y dijo, “¡Ya les veo!” y en el instante desapareció. Y volvió a aparecer junto a André, ambos ya al borde del acantilado. Gonzalo sin pensarlo dos veces comenzó a atacar y gracias a su repentina aparición acertó mortalmente a uno de los magos negros, el que estaba a la izquierda. André al sentir que uno de los tres enemigos ya no emitía poder dijo, “Has conseguido hacer en un abrir y cerrar de ojos lo que yo llevo años intentando hacer, creo que me estoy haciendo viejo…” Nuestro protagonista rio sin apartar la vista ni la varita del combate, las tornas estaban cambiando a su favor.