CAPÍTULO 19
“¿Qué diablos es eso?”, gritaba Gonzalo retorciéndose de
dolor por aquel grito que no cesaba. “Es una bola de cristal, está embrujada”,
dijo Miguel acostumbrado ya a aquel irritante sonido. “Y… ¿por qué me la
enseñas?”, seguía gritando el chico tapándose los oídos.
Miguel volvió a tapar aquella odiosa bola de cristal y
añadió, “Pretendía que me ayudaras a eliminar su hechizo… ¿Tienes alguna
idea?”. Gonzalo quedó pensativo, “Pues… No lo sé pero… ¿Para qué serviría?”.
Miguel le explicó todo acerca de la ruidosa bola. Al
parecer, estuvo en uno de los arsenales donde se reunían los tres magos oscuros
y allí la encontró. Según Miguel podría hacerles ver dónde se encuentra la
solución de sus problemas, pero su hechizo era muy fuerte y aquella bola no
desvelaba sus verdaderos poderes. “Gonzalo, ¿se te ocurre algo, algo que André
te enseñara que no viniese en el libro?”. El chico pensaba y pensaba pero no
era capaz de recordar nada sobre rotura de hechizos. “A ver… Destápala, a ver
si probando conseguimos algo…”, dijo tras mucho estrujarse la mente.
Así lo hizo, Miguel volvió a quitar la sábana dando paso al
puntiagudo sonido que se clavaba en los tímpanos de Gonzalo. Los dos jóvenes
magos comenzaron a lanzar hechizos y contrahechizos para frenar aquel
encantamiento, todos en vano. Entonces a nuestro chico se le apareció el
recuerdo que buscaba, un recuerdo en el que André le gritaba algo mientras él
estaba absorto pensando en Miranda, pero… ¿Qué gritaba? Al joven mago le
parecía increíble que de las pocas veces que se quedó embobado durante su
entrenamiento, una de ellas fuera a impedirle salvar su causa.
“Miguel… Tengo un problema. Recuerdo que André me dio la
información acerca de cómo romper un hechizo…”, dijo Gonzalo. “¡Eso es genial!
No veo ningún problema en eso”, contestó alegrado su amigo. “Ya… Lo malo es
que… Bueno, digamos que estaba… Distraído”, se sinceró nuestro héroe.
Miguel se llevó una mano a la cabeza, con la otra tapó la
esfera y se sentó cabizbajo en una silla de aquel salón. “Miguel de verdad que
lo siento… Nunca había tenido motivos para distraerme pero… Es por una chica.”,
se disculpó Gonzalo una y otra vez. Su compañero, aun mirando al suelo empezó a
reír, para desconcierto de nuestro chico. Se levantó de su asiento, le abrazó y
seguía emitiendo carcajadas de alegría, “Nunca has sido más humano que ahora
que eres medio mago… Eres increíble, es muy irónico.”, le dijo. Paró de reír y
le miró con cariño, cómo si viera a un nuevo y mejor “viejo amigo”. “Tranquilo,
tengo la solución a ese problema, toma mi mano y agárrate fuerte, vamos a ir a
ver a alguien que nos ayudará.”.
Gonzalo le dio la mano a su amigo, el cual agitó su varita y
los llevó a otra parte. “Espero que funcione”, dijo por último Gonzalo antes de
desaparecer.