CAPÍTULO 18
Mientras tanto, Gonzalo
se encontraba en una habitación oscura, en una cama tumbado boca arriba y
con dolor de cabeza. Su varita se cayó de la cama y rodó desde esta hasta el
pie de una estantería. Acto seguido comenzó a brillar dejando a nuestro
protagonista una clara imagen de aquel cuarto… Su cuarto.
En efecto, cuando André le hizo desvanecer, no tuvo tiempo
para pensar el lugar de llegada y sin evitarlo, la magia lo llevó al sitio más
reciente en la memoria de Gonzalo, su piso.
El chico se levantó algo aturdido, se agachó a por su
preciada varita y antes de poder ponerse recto la varita tiró de su brazo,
apuntando a uno de los estantes, como intentando mostrar algo. El chico,
curioso, empezó a sacar los libros de ese estante, leyendo en alto todos los
títulos, la mayoría libros de Historia y Literatura, alguna enciclopedia y un
diccionario de inglés. Nada útil para la situación, Gonzalo se impacientaba… “¿Qué
quieres varita? ¡Necesito volver al campo de batalla!”, dijo como si fuera a
responder. Fue entonces cuando lo vio, no todo viene escrito en los libros, se trataba
de anotaciones en la madera del estante, hechas posiblemente por un cuchillo o
unas llaves.
Había palabras casi ilegibles, pero aproximadamente decía: “Encontrarás
la solución a tus problemas siempre que no olvides qué eres, joven mago. Fdo:
Un Mago Distinto.”
Aquel mago de nuevo, pero… ¿Cómo? ¿Cómo había podido grabar
esa frase en la estantería? ¿Cuándo? Todas esas preguntas nublaban la mente del
chico y la entrada de una persona en la habitación interrumpió sus pensamientos.
“¿Quién anda ahí?”, preguntó nuestro héroe amenazador, apuntando con su varita.
La respuesta no fue una voz, fue una ráfaga de viento que lo desarmó, seguida
de unas palabras en un tono familiar, “Poco tiempo ha pasado y mucho has
cambiado… Ya no reconoces a tu propio compañero de piso…”.
Era Miguel, su optimista compañero de piso. Para Gonzalo fue
una gran sorpresa, no sabía qué decir, y encontrárselo con una varita en la
mano le dejaba más desconcertado. “Tú… Tú eres ese mago que me escribe y me
empujó a hacer esto.”, dijo el chico. “Yo no te empujé a nada, quizás un
pequeño impulso a que cambiaras tu rutina, pero empujar suena muy feo…”,
contestó Miguel.
Los dos rieron y se abrazaron, luego Gonzalo añadió, “dejé
de sentir a André y a los magos negros, ¿crees que habrá dado su vida para
acabar con ellos?”. “Tienes que ver algo… Vayamos al salón…”, dijo su
compañero.
Allí había, sobre la mesa, una manta que tapaba algo
esférico y, que al igual que las varitas, desprendía un poder mágico bastante
notable. “¿Qué hay debajo?”, preguntó Gonzalo. “Destápalo…”, dijo misterioso su
viejo amigo.
El chico no dudó en hacerle caso y, tal como le pidió,
apartó la sábana de encima y el salón se vio sumergido en un irritante y agudo
chillido que enturbió la mirada de nuestro protagonista.
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