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domingo, 2 de junio de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 18 -Carlos Atienza Cuenca-

CAPÍTULO 18

Mientras tanto, Gonzalo  se encontraba en una habitación oscura, en una cama tumbado boca arriba y con dolor de cabeza. Su varita se cayó de la cama y rodó desde esta hasta el pie de una estantería. Acto seguido comenzó a brillar dejando a nuestro protagonista una clara imagen de aquel cuarto… Su cuarto.

En efecto, cuando André le hizo desvanecer, no tuvo tiempo para pensar el lugar de llegada y sin evitarlo, la magia lo llevó al sitio más reciente en la memoria de Gonzalo, su piso.

El chico se levantó algo aturdido, se agachó a por su preciada varita y antes de poder ponerse recto la varita tiró de su brazo, apuntando a uno de los estantes, como intentando mostrar algo. El chico, curioso, empezó a sacar los libros de ese estante, leyendo en alto todos los títulos, la mayoría libros de Historia y Literatura, alguna enciclopedia y un diccionario de inglés. Nada útil para la situación, Gonzalo se impacientaba… “¿Qué quieres varita? ¡Necesito volver al campo de batalla!”, dijo como si fuera a responder. Fue entonces cuando lo vio, no todo viene escrito en los libros, se trataba de anotaciones en la madera del estante, hechas posiblemente por un cuchillo o unas llaves.

Había palabras casi ilegibles, pero aproximadamente decía: “Encontrarás la solución a tus problemas siempre que no olvides qué eres, joven mago. Fdo: Un Mago Distinto.”

Aquel mago de nuevo, pero… ¿Cómo? ¿Cómo había podido grabar esa frase en la estantería? ¿Cuándo? Todas esas preguntas nublaban la mente del chico y la entrada de una persona en la habitación interrumpió sus pensamientos. “¿Quién anda ahí?”, preguntó nuestro héroe amenazador, apuntando con su varita. La respuesta no fue una voz, fue una ráfaga de viento que lo desarmó, seguida de unas palabras en un tono familiar, “Poco tiempo ha pasado y mucho has cambiado… Ya no reconoces a tu propio compañero de piso…”.

Era Miguel, su optimista compañero de piso. Para Gonzalo fue una gran sorpresa, no sabía qué decir, y encontrárselo con una varita en la mano le dejaba más desconcertado. “Tú… Tú eres ese mago que me escribe y me empujó a hacer esto.”, dijo el chico. “Yo no te empujé a nada, quizás un pequeño impulso a que cambiaras tu rutina, pero empujar suena muy feo…”, contestó Miguel.

Los dos rieron y se abrazaron, luego Gonzalo añadió, “dejé de sentir a André y a los magos negros, ¿crees que habrá dado su vida para acabar con ellos?”. “Tienes que ver algo… Vayamos al salón…”, dijo su compañero.

Allí había, sobre la mesa, una manta que tapaba algo esférico y, que al igual que las varitas, desprendía un poder mágico bastante notable. “¿Qué hay debajo?”, preguntó Gonzalo. “Destápalo…”, dijo misterioso su viejo amigo.


El chico no dudó en hacerle caso y, tal como le pidió, apartó la sábana de encima y el salón se vio sumergido en un irritante y agudo chillido que enturbió la mirada de nuestro protagonista.

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