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domingo, 2 de junio de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 17 -Carlos Atienza Cuenca-

CAPÍTULO 17

Miranda estaba cuidando de sus dos compañeros, cuando recobraron consciencia les contó lo que había sucedido y ambos miraron al suelo con aire triste al oír sobre la muerte de Daniel. Isaac no podía permitir que el joven y el anciano mago disputaran la guerra solos, él quería ir allí a pelear con ellos, pero fue sensato y obedeció a su hija, la cual le dijo que esperara con ella hasta recuperarse del todo. Por suerte todos llevaban algo de dulce en sus bolsillos, lo cual les facilitaría volver a usar sus poderes.

Mientras los demás se recuperaban, André se debilitaba. Notaba como sus poderes se iban agotando y no le gustaba esa sensación. Ahora no era el momento de perecer y dejar todo el trabajo a nuestro chico, no podía dejarle solo contra esos dos asesinos que, a saber qué le hacían. No, él seguía en pie, varita en mano, dando sus últimos suspiros antes de perderlo todo. “Tengo que eliminar a uno antes de dejar el combate, o si no Gonzalo será incapaz de aguantar todo el peso…”, pensó el anciano. Y tal como lo pensó, lanzó una oleada de llamas interrumpiendo el combate, cogió del brazo a Gonzalo y ambos saltaron por el acantilado.

Mientras caían, Gonzalo no pensaba en nada, tenía la mente completamente en blanco, y sonreía. André le miraba con ternura, como a un hijo, y sacudió su varita haciendo desaparecer al chico y cayendo él en el agua. Los magos bajaron a inspeccionar la zona, a asegurarse de que no quedaba cuerpo mágico con vida. Y cuando se encontraban levitando, a ras del río, André salió del agua, también flotando, y golpeó con su mano la pared del acantilado.

Tras esto, el acantilado se empezó a derrumbar, se había formado una avalancha que arrasaría con lo que hubiese abajo. Los asesinos miraron hacia arriba, intentaron escapar, pero André les retuvo con un gran oleaje. “Si mi vida basta para salvar a un pueblo inocente, no dudaré en sacrificarme”, decía el anciano mientras sonreía con superioridad. “La vida no tiene sentido si no la compartes, no se puede ser feliz sin hacer feliz a otros, esta es la lección que me han dado las personas, que me dio ese chico…”.


Las piedras hicieron gran ruido al caer, pero el anciano no oía nada, no pensaba ya nada, no había magia en su cuerpo. Murió con la esperanza de que su vida valiese para salvar miles de otras vidas, vivió apartado, solitario, como un mago; pero murió para conseguir algo, por los demás, como un hombre.

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