CAPÍTULO 9
Daniel se quedó callado y sentado tras los gritos de Isaac.
Lo que le había dicho le había afectado y no pudo contestar con otra "bordería".
El anciano, al ver que había ganado la discusión, cogió un bollo de crema, se
sentó y comenzó a comerlo mientras decía, “al parecer estás algo descentrado,
puede que la persona de quien recibiste esos libros no te haya informado. Tu
misión aquí es participar en una guerra, una guerra muy reducida que decidirá
el futuro de muchas familias. Estás aquí para ser el cerebro de esta guerra,
cuando aumentes tus conocimientos en magia nos serás de gran ayuda”.
La expresión facial de Gonzalo cambió por completo. ¿Una
guerra? ¿Contra quién? No podía creerlo, no podía creer que para aprender unos cuantos
poderes tuviera que pagar la deuda de participar en una guerra que no tenía
nada que ver con él. Era de locos.
Lo primero que hizo nuestro chico fue preguntar. “¿Una
guerra dices? Y… ¿contra quién peleamos?”. “No te apresures muchacho, todo lo
que quieres saber te lo contestará André. Seguro que está ansioso por verte. No
debemos hacerle esperar que seguro notó tu presencia.”, dijo Isaac mientras se
levantaba con unos caramelos de limón para el camino.
Gonzalo se levantó con él y lo acompañó hasta un rincón de
la casa. El mismo de donde había salido la primera vez que presenció su
silueta, pero esta vez había más luz en el cuarto, y pudo ver que no había
salido de ese rincón.
Cuando se acercaron a la ya no tan oscura esquina, el chico
visualizó un pequeño hueco, del tamaño de una moneda, como el que vio en la
pared de ladrillos al entrar. Entonces lo entendió todo, era imposible que
fueran a disputar una guerra sin un arsenal de armas y algún tipo de despensa
con suministros en caso de quedarse encerrados. Aunque no lo hubiera notado
antes, a ojos de Gonzalo era ahora todo muy ilógico. Estaba ante otra puerta
que Isaac iba a abrir y que, según pensaba él, iba a dar a un campo de
entrenamiento o un arsenal donde poder entrenar y guardar todo tipo de
suministros.
Isaac sacó su cuchillo del cinturón donde lo colgaba, pegado
a su muslo izquierdo, sin requerimiento de funda. El mango de aquel cuchillo
acababa de forma redonda y plana, del tamaño del hueco. Con el cuchillo en su
mano derecha, Isaac introdujo el mango en el pequeño hueco y los ladrillos
comenzaron a caer, dejando entrar bastante luz, otra puerta se había abierto,
nuestro chico ansiaba conocer qué había al otro lado.
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