CAPÍTULO 7
Tomás cerró los ojos, de los dos compañeros, él era el más
callado pero se notaba que era igual de alegre que Daniel. Acto seguido,
nuestro protagonista empezó a ver borroso, le fallaban las articulaciones y
finalmente dejó de controlar su cuerpo. En efecto, Tomás había comenzado a
controlar el cuerpo de Gonzalo a través de su mente y el chico podía sentirlo,
era un estado de “inconsciencia consciente”, era capaz de sentir que le estaban
controlando, percibía lo que pasaba fuera de él pero simplemente no era capaz de
moverse a su voluntad.
El cuerpo del protagonista empezó a hablar, y digo el cuerpo
porque Gonzalo no estaba en ningún momento articulando ni una palabra, sus
labios se movían solos dominados por Tomás que seguía concentrado y con los
ojos cerrados. Este poder era, a ojos del chico, el más increíble; pero a la
vez era el que más glucosa gastaba.
Tomás lo estaba pasando tan bien hablando desde el cuerpo de
Gonzalo, diciendo tonterías y explicando los requisitos de su poder con voz
alegre, que olvidó por completo el esfuerzo de su mente, y pasados unos minutos
cayó al suelo, dolorido y recobrando así nuestro chico el control de su cuerpo.
Isaac se alarmó y gritaba, “¡Miranda, trae los terrones de
azúcar!”. Miranda hizo caso a su padre y fue a un estante de donde sacó un tarro
con terrones de azúcar blanco que introdujo en la boca de Tomás. Empezó a
hacerle efecto y recobró la consciencia, al fin pudo levantarse, con la ayuda
de Daniel se sentó en una vieja silla para no caer otra vez al suelo.
“Esto te pasa por tener la mente en las nubes, que no vuelva
a ocurrir”, le decían todos. Tomás estaba avergonzado, se disculpó varias veces
y los demás parecían muy enfadados. Gonzalo no pensaba en esto, solo podía
pensar en conseguir aquellos poderes, costase lo que costase y esto le volvía
cada vez más egoísta.
“Bueno, ya estamos todos, cerrad la puerta, preparad la
mesa, poned los mejores platos y la cubertería de los invitados importantes, más
luz, quiero que esto sea acogedor para poder hablar con el chico mientras
cenamos, a prisa”, ordenó Isaac a los cuatro jóvenes eruditos y a voz del
hombre empezaron a moverse y prepararlo todo. Nuestro protagonista estaba
nervioso, ¿qué clase de preguntas le haría el anciano y a cambio de qué le
enseñara los poderes? Tenía los ojos puestos en Miranda mientras pensaba pero,
ella no era su prioridad.
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