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miércoles, 22 de mayo de 2013

*EL LIBRO* CAPÍTULO 15 -Carlos Atienza Cuenca-


CAPÍTULO 15

El chico se puso a recordar, los libros, su papel en la guerra, Miranda, la magia, su vida en juego, las miradas de los habitantes… Estaba nervioso, no podía articular palabra. ¿cómo iba alguien así a salvar a una civilización entera? Era imposible, “no soy un héroe, soy un cobarde, no quiero arriesgar mi vida”, decía.

En ese momento dejó caer la varita al suelo, levantó las manos y gritó con los ojos llorosos, “¡Soy humano, no me hagáis nada, no quiero formar parte de esta guerra!”. Tras sus palabras uno de los magos extendió su varita y le atacó a distancia, nuestro chico estaba desprotegido. Aquel rayo haría justicia, por cobarde, por no tener en cuenta las demás vidas, por no cumplir su parte del trato. Los segundos antes del impacto pasaban lentamente a ojos de Gonzalo y, sin esperarlo, algo le impidió ver el final de su revoltosa vida.

Era Miranda, la chica se había interpuesto en la trayectoria del mortal ataque para salvar a nuestro héroe falto de valor. En el último instante y a costa de un gran esfuerzo mental, Miranda consiguió desviar aquel rayo, salvando así la vida de Gonzalo y agotando su propia vitalidad. La chica calló al suelo, desmayada, ante los ojos de aquel que la tenía en un pedestal.

Gonzalo dejó caer unas lágrimas al suelo, ahora no estaba asustado, no estaba preocupado, estaba furioso con aquellos asesinos. Deseaba hacerles perder sus vidas y deseaba que Miranda estuviese bien. Cogió su varita y comenzó a pelear, ¡y menuda pelea!

El escenario se convirtió en un espectáculo de fuegos artificiales letales. Cada mago movía su varita como si de un arte y con pincel se tratase. La magia fluía de un lado a otro de aquel descampado. Mientras tanto Daniel se había procurado de poner a Tomás e Isaac a salvo, e intentó lo mismo con Miranda pero estaba tumbada entre aquella batalla.

Gonzalo nunca estuvo más concentrado, a cada ataque contrarrestaba y ganaba terreno a los enemigos. André también estaba en esplendor. El ciego anciano ya se hacía ilusiones de un mundo de paz para los eruditos, pero aun así no quitaba el ojo de aquel duelo.

Daniel no cesó en el intento de poner a salvo a Miranda. Volvió a intentarlo, fue a gatas hacia allí e intento reanimarla, hablándole a su mente: “Miranda, ¿Miranda estás ahí?”, preguntaba. “¿Cómo está Gonzalo, llegué a tiempo?”, pensó ella preocupada. “Tranquila, lo has hecho genial, ahora escucha. Estás inconsciente en medio del campo de batalla, es peligroso, necesito que te recuperes y nos pongamos en un lugar seguro, te estoy introduciendo una galleta de chocolate en la boca, en cuanto vuelvas saldremos a rastras de aquí y dejaremos que sigan luchando”.

Así fue, la chica pudo volver en sí, ¿y qué es lo primero que vio al despertar? A Gonzalo, peleando por una causa y un pueblo que no era suyo. Le hacía muy feliz, tanto que tuvo que exclamar  “¡Gonzalo!”.

Gran error el de aquella chica, nuestro enamorado reconoció su voz y no pudo evitar mirarla y sonreír. Tiempo que esos magos asesinos no desperdiciaron y que aprovecharon para asestarle a Gonzalo un golpe mortal que impactó y fue seguido de una profunda tristeza.

Pero… No impactó en Gonzalo, el ataque no se le escapó a aquel gran lector de mentes. No pudo ser mayor su valentía al colocarse delante, perdiendo así la vida para dar una chispa más de esperanza a la salvación de su pueblo.

Daniel estaba perdiendo color y alegría a cada segundo. Su sonrisa se convirtió en una línea insensible, y su cara iluminada se tornó grisácea. Había muerto una estrella, una persona con ideales, una persona que merecía la mejor de las vidas, pero que la dejó ir por la vida de sus hermanos. Gonzalo no podía creer lo que veía. De sus ojos y de los de Miranda caían lágrimas, el aire tenía ahora un aspecto menos cargado de felicidad.

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