Música
Sonido, melodía, ritmo, elixir de la vida eterna
es el motor de mi cuerpo, es la ciencia más cierta.
Nunca muere, nunca estuvo muerta, nadie la creó.
No es humana, todo lo puede y siempre está, por lo tanto es Dios.
Nos ama, nos da esperanza y nos canta antes de dormir,
nos cuida, nos protege y comprende, nos hace vivir.
Sin ella no somos más que polvo de estrellas sin brillo,
nos creemos su dueño y ella nos lleva en su bolsillo.
Su protección es el escudo más seguro
y os aseguro que sin ella el día a día sería duro.
Se mueve en todos los lados, en un susurro y en un grito,
pero cuando suena dulce me emociono y me derrito
y repito cada canción y con cada sentimiento
le doy a sus letras un nuevo entendimiento.
No miento si os digo que importa más que el aire que respiro,
porque sin aire me ahogo pero sin música no vivo
y sigo perdido en su misterio y entre el vibrar de sus cuerdas,
me olvido por completo de que la vida es una mierda.
Y me encierra sin dejarme escapar pero tampoco quiero,
yo quiero dejar mi huella en ella mientras otros buscan el cielo.
Yo quiero sentir su abrazo mortal que me da la vida
y girar entre las notas que componen su melodía.
Ella es la alegría del día, es la luz en el abismo
pero cuando llega la noche es amor y romanticismo.
Yo soy siempre el mismo pero ella cambia a cada instante,
se transforma en rap y lanza palabras como flechas punzantes.
Es una madre que siempre tiene sus manos abiertas,
no tiene fallos, es perfecta.
La música nos hace únicos y nos hace sentir,
nos besa a cada momento, es un romance sin fin.
Reside en cada uno de nosotros y se manifiesta
y nos infecta y acabamos enfermos, la idea es esta:
“a cada rincón del camino de la vida existe
una canción que define lo que sientes y sentiste”.
Carlos Atienza Cuenca
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